martes, 13 de noviembre de 2018

Relevo, identidad y patrimonio compartido

La jornada final del XXXI Festival de La Habana de música contemporánea puso de relieve el empuje de las nuevas generaciones en el ámbito de la producción y ejecución de las creaciones destinadas a los públicos que asisten a las salas de concierto.
Esta sucesión de eventos, tradicionalmente organizada por la Asociación de Músicos de la Uneac con el concurso del Instituto Cubano de la Música, a la vez que homenajeó los centenarios de compositores imprescindibles en la evolución de la música cubana en el siglo XX –Argeliers León, Harold Gramatges y Alfredo Diez Nieto, este último por fortuna vivo y activo–, abrió espacio a jóvenes autores e instrumentistas, quienes no solo pisan los talones de los valores establecidos, sino sobre todo llegan, en el caso de los creadores, con propuestas renovadoras en el lenguaje y, en el de los intérpretes, con ansias de dominio técnico interpretativo.

En la sala Covarrubias ello se evidenció en la primera parte de la gala de clausura a cargo de la orquesta de cámara Arimas, del conservatorio Guillermo Tomás, de Guanabacoa, que dirige Samira Fernández. Esta joven y talentosa maestra no monta obritas complacientes ni fáciles ejercicios; el repertorio mostrado demanda una práctica de conjunto exigente, de altura profesional. No de balde, la formación mereció la confianza del compositor chileno Boris Alvarado para montar su obra Fur Habana, y de la cubana Teresa María Núñez para estrenar Música para cuerdas, mientras se las arreglan para comunicar con solvencia el delicioso Danzón no. 2, de Wilma Alba Cal, y el exultante Final obligado, de Carlos Fariñas, columna vertebral de la banda sonora del la serie documental Historias sumergidas, de Rogelio París.
Entre los homenajes del festival también se previó celebrar el próximo cumpleaños 80 de Roberto Valera, uno de los compositores más completos, innovadores y divertidos de nuestra época. El propósito quedó a medias; por razones nunca aclaradas no se ejecutó su obra Mini Males, anunciada en el programa.
Pero Valera cumplió al frente de la Orquesta Sinfónica Nacional con la encomienda de dirigir el Concierto 
No. 1 para tres y orquesta, de Efraín Amador, en una ocasión muy especial, pues la solista fue nada menos que su nieta, Zianya Escobar Amador.

Ella es fruto de la empresa por la que Efraín merece pleno reconocimiento: la fundación e inserción académica en todos los niveles de la Escuela Cubana del Tres y el Laúd. La muchacha, discípula aventajada, descifró con soltura los entresijos de una obra que sin sonrojo, como alguien con suma autoridad, puede parangonarse con el Aranjuez de la guitarra tres.
En el cierre, el compositor y director mexicano Arturo Márquez regaló su Concierto Son, con la Orquesta Sinfónica Nacional y la flautista Elena Durán como solista. Desde México se ha hecho notar por tener una autopista de ida y vuelta entre las convenciones de los formatos concertantes habituales y los aires populares. Al danzón, de tanto arraigo, le dio otra dimensión en obras sinfónicas. Su posición está lejos de aquellos que consideran un favor retomar géneros nacidos y venerados por la gente de a pie para supuestamente categorizarlos en las salas de concierto. Al contrario, Márquez se eleva hasta el danzón, asciende a sus esencias.
Con esa expresión cuyo patrimonio es compartido por dos pueblos cercanos, no podían ser menores las expectativas ante el anuncio de que la obra a estrenarse tomaba como referencia al son, complejo músico-danzario cubano por antonomasia, que sobrepasó al danzón en el imaginario popular.
La audición habanera fue la segunda de Concierto Son; el estreno de la versión definitiva había tenido lugar el primer día de diciembre del 2017 en el Palacio de Bellas Artes, por la Orquesta Sinfónica Nacional, conducida por Lanfranco Marcelletti, y con la misma Elena Durán como solista.
El movimiento inicial, de signo rapsódico, establece un diálogo entre las células rítmicas de los sones caribeños, los de uno y otro lado, binarios y ternarios. El son cubano aparece con mayor nitidez en una de las secciones del segundo, donde alterna con un bolero que se entrecruza con el danzón mambeado. La cadenza ofrece oportunidad para el lucimiento del solista, en este caso una Elena Durán que sabe extraer al registro de la flauta los mejores jugos, antes de que en el movimiento final se impongan los pasos de conga en el tema de mayor pegada de la partitura.
Márquez subrayó: «La música cubana es oxígeno para la música latinoamericana y caribeña», dijo. Y el público aplaudió.

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