miércoles, 7 de noviembre de 2018

El Camagüey se va definitivamente a la guerra

Ya lo había alertado el mismísimo capitán general de Cuba, Leopoldo O´Donnell, en fecha tan temprana como 1845: «El  distrito de Puerto Príncipe es el que merece mayor cuidado pues es innegable que las ideas de independencia (…) es allí donde fermentan a algunas cabezas».
En aquellas circunstancias, a no pocos la afirmación del militar español pudo resultarles contradictoria, habida cuenta de la fama de la sociedad camagüeyana de ser supuestamente cerrada, enclaustrada y conservadora, incapaz de generar y encauzar ideas contrarias al status quo impuesto por la metrópoli española.
Mal informados estaban, pues hacía mucho en la villa principeña se movían disímiles hilos de conspiración.
En 1866 se constituyó la Junta Revolucionaria de Puerto Príncipe y un año después la Logia Tínima, instituciones que junto a la Sociedad Filarmónica conformaron el núcleo desde donde cobró aliento nuevamente el proyecto emancipador en la región.
De entonces datan los contactos clandestinos del Camagüey con los núcleos conspirativos de Bayamo, Manzanillo, Jiguaní y otras jurisdicciones del oriente cubano, encuentros que cobraron intensidad hacia el verano de 1868, con el propósito de establecer puntos de contacto en el empeño por expulsar a España de Cuba.
Tales aprestos, sin embargo, no hallaban consenso en la fecha de romper las hostilidades: los orientales, a favor del alzamiento inmediato, y los camagüeyanos, opuestos a toda tentativa precipitada, marcaron el contenido esencial de las reuniones efectuadas entre agosto y septiembre de 1868.
Tan pronto se recibió en las llanuras camagüeyanas la noticia del alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes, varias partidas de insurrectos, carentes de organización y de armas, marcharon a la manigua, mientras la mayoría optó por esperar el retorno de La Habana de Salvador Cisneros Betancourt, jefe civil del movimiento revolucionario en ese territorio.
Tan pronto regresó de La Habana a finales de octubre, a donde había viajado como comisionado de la Junta Revolucionaria de Puerto Príncipe, Salvador Cisneros Betancourt se dedicó por entero a movilizar a sus compatriotas para entrar de lleno en la contienda por la definitiva independencia de la Patria.
Convocados los conspiradores para la Sociedad Filarmónica el 1ro. de noviembre, el debate se centró en dos alternativas opuestas: levantarse en armas de inmediato o continuar en espera de la expedición de Manuel de Quesada Loynaz, que desde Nassau, Bahamas, traería hombres, armas y municiones.
Un telegrama cifrado desde La Habana cambió, sin embargo, el curso de los acontecimientos: el mensaje alertaba que el mando español había enviado por vía marítima hacia Nuevitas 1 500 rifles para enfrentar a los patriotas de Oriente, armas que serían trasladadas hasta Puerto Príncipe por el ferrocarril.
Cisneros Betancourt comprendió que ya no se podía esperar más: reunidos nuevamente el 3 de noviembre, no exento tampoco de acaloradas discusiones, a propuesta suya los presentes quedaron finalmente convocados para el amanecer del día siguiente en el paso del río Saramaguacán, conocido como Las Clavellinas.
En la fecha, la hora y el lugar señalados, a unas tres leguas al norte de la villa principeña, acudieron al llamado de la Patria 76 camagüeyanos comprometidos y decididos a alzarse en armas.
Convertidos desde ese momento en combatientes todavía inexpertos, emprendieron la marcha hasta el no distante ingenio El Cercado, donde se organizaron como fuerza militar en siete destacamentos y juraron ante la bandera que preferían morir antes que abandonar la causa de la independencia.
Ni Salvador Cisneros Betancourt ni Ignacio Agramonte Loynaz estuvieron presentes en el alzamiento por estar inmersos, en Puerto Príncipe, en inaplazables tareas de apoyo a la insurrección. Solo el peligro de ser apresados, emitida ya la orden de detención, aceleró la incorporación efectiva de ambos a la revolución.
El marqués de Santa Lucía se fue a la manigua el 5 de noviembre, en tanto Agramonte, con apenas 27 años de edad, lo hacía seis días más tarde en el ingenio El Oriente, cerca de Sibanicú, para entregarse por completo, desde entonces, a la lucha contra la dominación de la metrópoli española.   

 
Fuentes: La vergüenza como arma, Ricardo Muñoz Gutiérrez. El Camagüey y el alzamiento de Las Clavellinas, Elda Cento Gómez. Para una historia de Puerto Príncipe, Elda Cento Gómez. Camagüey en armas en 1868, Fernando Crespo Baró.
 

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