Dicen muy bien nuestros mayores de casa que siempre que llueve escampa, sin embargo, parece ser que en suelo argentino dicha frase no encuentra cabida, ya que solo se suman «aguaceros» –y no precisamente del preciado líquido– para el pueblo de esta nación, que continúa en crisis.
«Las condiciones están dadas para un estallido, pero falta un detonante, el caldo de cultivo se está construyendo. El próximo impacto inflacionario va a agravar la tensión social».
Con estas palabras, el analista de opinión pública argentino Raúl Aragón nos reafirma lo planteado con anterioridad y pone en escena una realidad económica que prevé ser constante por un periodo de tiempo no muy claro.
Recientemente, el presidente de ese país, Mauricio Macri, afirmaba: «Sé que estos días despertaron angustia y preocupación en los argentinos. Miedo a que situaciones como las que vivimos puedan generar una crisis mayor como ya hemos tenido en el pasado. Los entiendo, los entendemos, pero estamos lejos de eso».
Sin embargo, cuando vemos lo que sucede a diario en esa nación es imposible no pensar que las promesas del Jefe de Estado de alejar a su país de la debacle económica son solo eso: promesas.
En estos días, los principales sindicatos del país sureño han tomado por asalto el Congreso para expresar su rechazo ante el presupuesto de la nación para el 2019, el cual plantea un recorte brutal de la inversión social, bajo la receta del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Luego de que la era Kirchner lograra una nueva época para el país, el actual presidente volvió a repetir los errores de antaño tratando de salir de los problemas monetarios a través de préstamos por parte del FMI, algo que juró no hacer durante su campaña electoral.
Las tan ansiadas inversiones extranjeras pasaron de largo llevándose a su paso la lluvia y trayendo una sequía con un gran impacto en la agricultura. Ingresaron menos divisas que las esperadas y la demanda se hizo sentir, acelerando la devaluación, que ayer mantenía valores de 38 pesos nacionales por cada dólar.
Tal es el fenómeno, que en el último informe del fmi sobre Perspectivas de la Economía Mundial, se declara que Argentina terminará el año entre los cinco países con más inflación del mundo. Según los pronósticos, dados a conocer además por El Economista, se espera que al concluir el 2018 esta alcance el 40,5 %, aunque analistas locales, consideran que puede ser mayor. En el 2017 la inflación anual fue de 24,8 %.
Esto, unido a una mala gestión por parte de los principales representantes del país y una política de austeridad que solo afecta a los más necesitados, hace de Argentina un lugar en crisis donde una parte de las madres se debate entre pagar la luz o dar de comer a sus hijos.
Véase solo otro ejemplo, según afp: con la producción industrial en picada (menos del 5,7 % interanual en julio) y la inflación anual proyectada, el ministro de Economía, Nicolás Dujovne, admitió que «la recesión va a ser más pronunciada que la esperada».
La era kirchnerista
Desde el 2003 hasta el 2015 Argentina encontró un nuevo tipo de gobierno. Junto a otras presidencias en América Latina, como fue el caso de Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, o Rafael Correa en Ecuador, por citar algunos ejemplos, comenzó un periodo donde la izquierda logró «ganarle a los de siempre».
En el 2007, varias de estas naciones con rasgos marcadamente progresistas establecían el Banco del Sur con la integración de Venezuela, Brasil, Bolivia, Ecuador, Argentina, Uruguay y Paraguay, un capital de siete mil millones de dólares y un distanciamiento real del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Y es que, en aras de buscar la independencia económica de Estados Unidos, quien durante décadas había mantenido la soga bien corta, con la privatización de los principales sectores, la reducción al máximo de las obras públicas –todo esto de la mano del fmi–, los jefes de Estado de las naciones mencionadas anteriormente encontraron que en la unión, el respeto y en la cooperación verdadera, sin intereses de trasfondo, estaban la fuerza… y la independencia.
Argentina fue solo un ejemplo de lo que se podía lograr sin la injerencia extranjera y con un gobierno que pensara en el pueblo.
En este sentido, resalta lo ocurrido con la deuda externa acumulada, que de más de 111 223 millones dólares en el 2015, a la salida de la presidenta Cristina Fernández, solo al año siguiente ya se había incrementado a más de 140 433 millones, según datos del Banco Mundial.
Otro resultado que ilustra cómo han cambiado las cosas en la nación austral, es el déficit fiscal, un indicador que mide la diferencia entre ingresos y gastos que tiene el Estado. Los especialistas recomiendan medirlo según su relación con el Producto Bruto Interno (PBI) y, si se toman en cuenta los reportes de la Asociación Argentina de Presupuesto y Administración Financiera Pública, ese aspecto se ha deteriorado en el gobierno del actual presidente. Solo un ejemplo: de un 4,8 % del pbi en el 2015, al 5,3 en el 2016, el cual llegó a ser el peor de los últimos 12 años hasta ese momento.
De vuelta a Macri
Se hace imprescindible en este análisis volver a la situación de una nación que cada día es noticia y no precisamente por buenas nuevas. La pobreza, los sin techo, el hambre y el frío acechan en cada esquina y se hacen eco en las manifestaciones de miles de personas que encuentran en Macri la falta de respuestas a sus problemas.
Como ejemplo cimero de esta afirmación tenemos el cierre de varios ministerios, lo cual el actual mandatario hace, según él, como una medida para frenar la crisis económica que rige el mercado argentino, pero que al mismo tiempo deja en desconcierto a la población, al perder en un solo sábado los gabinetes de Trabajo, Modernización, Ciencia y Tecnología, Cultura, Energía, Agroindustria, Salud, Turismo, y Medio Ambiente. Más incertidumbre, menos respuesta a problemas sociales y más desempleo, al estilo del neoliberalismo.
Por otro lado, el 7 de septiembre, el diario ecuatoriano El Telégrafo publicaba que los índices de pobreza en Argentina llegaban a la alarmante cifra del 27,3 % de la población en el primer semestre de este año, 1,6 puntos más que en los últimos seis meses del 2017.
Sin embargo, las malas noticias llegan siempre juntas, como bien reza un dicho popular, y además de estos impactantes datos hay que agregar que alrededor de 750 000 personas se encuentran en situación económica de subsistencia.
Todas estas cifras, datos, sinsabores, protestas, movilizaciones, paros nacionales, me hacen preguntarme: ¿Qué pasó con la que era la tercera economía latinoamericana? ¿Acaso existe alguna justificación coherente para que un país funcione sin un gabinete ministerial que se ocupe, al menos de la salud de su población?
Macri realmente ha demostrado ser todo lo que dijo que no era, al romper la palabra empeñada durante su campaña electoral.
Recapitulando: ha negociado con el FMI, cuando dijo que no lo haría. El préstamo de más de 50 000 millones de dólares y los recortes en la esfera social hundirán aún más a los sectores necesitados del apoyo del Gobierno, muchos de los cuales se encuentran en esa situación por la alta tasa de desempleo.
La cena está servida, lamentablemente, para que el neoliberalismo vuelva a encontrar su hogar en una nación que logró, durante 12 años, volver a confiar en quienes tienen la gran responsabilidad de cuidar por el futuro de millones de argentinos.
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