lunes, 9 de septiembre de 2019

Un invento con 339 años de edad




Por Carlos Vallejo (el poeta del sentimiento).


En 1680, el inglés Robert Boyle inventó una varita que, impregnada en la punta con sulfuro, ardía cuando era frotada contra un papel cubierto con fósforo. Con todo, tenía sus riesgos porque la flama a veces saltaba en trozos y quemaba lo que estaba a su alrededor. En 1827, otro inglés perfeccionó la idea: colocó el extremo de la varita una combinación de cloruro de potasio y sulfuro de antimonio, que ardía cuando era frotada sobre una superficie áspera. Poco tiempo después, el francés Charles Sauria usó fósforo blanco y popularizó los llamados “Fósforos”. El problema era que el fósforo blanco se encendía con mucha facilidad, aún en contra de de la voluntad de los humanos. En 1855, el sueco Johan E. Lundstrum cambió la fórmula a fosforo rojo y logró mayor seguridad. En 1899, el estadounidense Joshua Pusey patentó el modelo que más se parece a los cerillos actuales, que se fabrican de papel o madera, y que vienen en una caja, en uno de  cuyos costados hay una superficie áspera para que aquellos puedan ser encendidos.

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